sábado, 27 de octubre de 2007

De las memorias que no lo son...


Solía mirar por aquella ventana los domingos a mediodía, la esperaba ahí hasta ver su pequeña silueta acercarse. Religiosamente mi abuela, al regresar de misa, cruzaba la calle, abría la puerta y entraba a la casa, retiraba la mantilla negra que cubría su cabeza, suspiraba y ponía sus flores en el comedor.


Procuraba ocultar el dolor que le producía haberse quedado sola, lloraba en silencio pero no era suficiente consuelo. Extrañaba a quien le llevaba el té en la mañana y le mandaba postales desde San Luis con un “Negra de mi vida”, el que le exigía en la comida salseros rebosantes y le despertaba con el trajín matutino en la cocina, a su gran hombresote de camiseta de tirantes. No recordaba su vida lejos de la de él. Le sobrevivió algunos años sintiéndose la mitad de una vida, después lo alcanzó.


Nunca he ido a su tumba, entenderá que sé que no está ahí. Pero de alguna forma sabe cuánto me hace falta, cuánto extraño su nariz afilada y su pequeña estatura, la dulce voz que en algún momento me nombró, el lunar gris de su mejilla izquierda y la tibieza de sus brazos. Lo que más lamento es no haber coincidido con ella en tiempo ni espacio, pues murió cuando yo nací...


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El amor de mamá a mi abuela ha sido tan grande que no sólo ha trascendido en tiempo, en su tiempo, sino que ha logrado que yo construya recuerdos en mí que jamás sucedieron, deseos y esperanzas de alguna vez reencontrarme con ella para decirle que la amo, que la he extrañado y que a su pequeña hija, a mi hermana y a mi nos hizo mucha falta. En estos días empiezan los preparativos de la celebración de "Todos Santos" y en casa habremos de poner una pequeña ofrenda para recordar a quienes se nos han adelantado, yo sólo puedo pensar en ella, y pensar en ella me hace muy feliz. Curiosa la celebración, contrasta con mis sentimientos...

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